TEMA: EL CENTRO Y LA
PERIFERIA
ÁREA/ASIGNATURA: CIENCIAS
SOCIALES GRADO: UNDÉCIMO
DURACIÓN: UNA
HORA SEMANAL
COMPETENCIAS PARA
DESARROLLAR: Interpretación, Análisis, pensamiento
reflexivo y sistémico,
APRENDIZAJES
ESPERADOS: Reconocer las diferencias producto
de las injusticias sociales entre centro y periferia
ÁMBITOS CONCEPTUALES: Historia,
contextos culturales, espacio geográfico, economía y política.
METODOLOGÍA: leer
el texto asignado, consultar otros textos para comparar la información.
Elaboración de actividades por semana. Sustentar las actividades desarrolladas.
RECURSOS: texto
guía, textos de apoyo y consulta, noticias.
BIBLIOGRAFÍA: textos
y documentos relacionados con los temas.
ACTIVIDADES PARA
DESARROLLAR:
Leer los textos
asignados.
Ver algunos documentales
relacionados con el tema
Consultar otras fuentes
relacionados con el tema.
Elaborar los talleres
asignados por semanas
EL CONCEPTO DE CENTRO Y PERIFERIA
Una de las teorías más populares que explica la el concepto de centro y periferia es la del Sistema-mundo, de Wallerstein, esta teoría viene
a decir que los países del Centro —desarrollados e industrializados— consumen y
explotan los recursos de la Periferia —países en vías de desarrollo y
dependientes de los recursos naturales—, generándose así las dinámicas
económicas, comerciales y geopolíticas que podemos ver hoy día.
¿Cuántas veces nos hemos sentado ante el televisor,
hemos contemplado la visión del estómago de un niño afectado
por kwashiorkor y hemos pensado “¿cómo es posible que en pleno siglo XXI
sigan sucediendo estas cosas?”. La respuesta a esta pregunta es que vivimos
en un sistema-mundo.
¿Pero
qué es un sistema-mundo? Siguiendo siempre la teoría esbozada por Wallerstein en los años 70
del siglo pasado, un sistema-mundo es un tipo de sistema social, (actualmente
el único existente a nivel planetario) basado en la existencia de una única
división del trabajo a escala mundial y, al mismo tiempo, de múltiples sistemas
culturales (que podrían ser equiparados a civilizaciones, países…). Así, el
concepto de sistema mundo, entendiendo éste como una totalidad, constituye una
“unidad de análisis” para comprender las relaciones internacionales actuales. Y
en función de que el sistema-mundo disponga (o no) para su organización de un
sistema político común, la geografía política actual distingue entre imperios-mundo y economías-mundo. Pero
como cualquier persona sabe, la época de los grandes imperios (Roma, China, o
Egipto) ya ha pasado y el planeta se encuentra dividido en numerosos estados
soberanos. Así pues, creo que debemos centrar nuestros esfuerzos en la
comprensión de la otra variedad de sistema-mundo: la economía-mundo.
Podemos afirmar, sin riesgo a caer en el simplismo,
que economía-mundo y capitalismo
son hermanos gemelos, caras de la misma moneda; y por ello, las claves del
funcionamiento del capitalismo como sistema de organización socioeconómico nos
darán las claves del funcionamiento de la economía-mundo actual, y por ende, de
cómo funciona en la actualidad el mundo en el que vivimos.
La característica esencial del sistema capitalista
es la producción de bienes y servicios destinados a su compraventa en un
mercado para obtener el máximo beneficio posible. En base a esto, la producción
se aumentará constantemente en la medida en que puedan cosecharse beneficios, y
los individuos (o empresas) inventarán paulatinamente nuevas fórmulas para
maximizar dichos beneficios. Esto es lo que los marxistas denominan la
acumulación incesante de capital.
Ahora tengamos en cuenta un hecho indudable: la
Tierra, el planeta en el que vivimos y al que explotamos para garantizar
nuestro desarrollo y supervivencia, cuenta con unos recursos naturales
determinados y, en muchos casos, limitados. Así pues, y pensando en términos
económicos, estos actores del mercado que buscan maximizar sus beneficios en la
compraventa de bienes y servicios lo hacen en una “situación de escasez”. ¿Y
cuál es la consecuencia inevitable de este razonamiento? Que siempre llega un
punto en que esta acumulación incesante de capital se convierte en un juego de
suma cero. Es decir, que, inevitablemente, para que unos actores del mercado
puedan continuar enriqueciéndose, otros deben empobrecerse, puesto que la
matriz generadora, en última instancia, de este crecimiento (la Tierra), ya no
puede satisfacer de forma equitativa la demanda de recursos de todos sus
demandantes.
Así llegamos a otro de los pilares básicos
del capitalismo: la necesidad de contar con una “superestructura” política que
vele por la protección y correcto funcionamiento de la “estructura” económica
(el mercado). Dicha superestructura no es otra que los Estados-nación. Así
pues, y en base a la aproximación por analogía hecha previamente entre
capitalismo y economía-mundo, podemos afirmar que las unidades políticas
básicas que interactúan en el sistema mundo actual son Estados, que velan por
la supervivencia de las empresas (unidades económicas básicas de la economía)
radicadas en su territorio, y de esta forma entran en el juego de la
acumulación incesante de capital.
Expongamos teóricamente esta afirmación. Siguiendo
los planteamientos de Taylor y Flint, los Estados-nación están insertos en una
estructura geográfica dividida en tres escalas: escala local (asociada a la
experiencia), escala nacional (asociada a la ideología) y escala global
(asociada a la realidad). La escala local se identifica con nuestra vida
cotidiana, en la cual surge la necesidad de acumular capital para que los
ciudadanos puedan cubrir sus “necesidades fundamentales” (alimento, vestimenta,
trabajo…). ¿Y dónde se realiza en última instancia esta acumulación? En la
escala global; es decir, en el mercado mundial de esta economía mundo en la que
vivimos, y en la que se determinan los valores que terminarán por imponerse en
la vida cotidiana. Pero esta influencia del mercado global en las vidas de los
ciudadanos, antes de llegar a ellos, atraviesa un filtro constituido por los
Estados-nación, que, al pretender velar por el bienestar de sus ciudadanos,
llevan a cabo una labor de reinterpretación de estas decisiones globales,
presentándolas en términos de beneficio para los habitantes de su territorio.
De esta forma, el Estado-nación actúa como una escala intermedia que impide el
choque entre dos polos opuestos: las comunidades locales, que se rigen por el
deseo de cubrir necesidades básicas; y la economía-mundo, basada ante todo en
la acumulación de capital, un deseo de acumulación que desdeña lo que se
refiere a cubrir las necesidades de amplios sectores de la población. Así,
podemos ver que la interacción entre las tres escalas se produce en un único
proceso asociado a la existencia de un único sistema: el sistema-mundo
capitalista.
Acabamos de ver que los Estados-nación no son entes
aislados de los que les rodea, sino que están en permanente contacto con sus
semejantes. Esto nos lleva a la otra estructura fundamental presente en el
sistema-mundo, enunciada por Wallerstein y definida por Taylor y Flint como
“estructura geográfica horizontal tripartita”. Antes hemos afirmado que la
“estructura” económica no puede funcionar sin una “superestructura” que la proteja,
y que ésta estaba formada por los Estados-nación. Es decir, que el capitalismo
a nivel global no puede funcionar sin un sistema interestatal. Este conjunto de
Estados insertos en una única economía global capitalista, pueden ser
clasificados en tres grupos o zonas económicas en función del rol que ocupan en
la división internacional del trabajo: centro, periferia y semiperiferia.
Los países del centro son aquellos que dominan el
sistema-mundo a nivel político y económico, y en ellos los niveles de eficiencia
en la producción agroindustrial y de acumulación de capital son los más altos.
De esta forma, los Estados del “centro” están especializados en la producción
de bienes fabricados mediante altos niveles de tecnología y
mecanización, y que, debido precisamente a esto, tienen un mayor precio en los
mercados internacionales. Europa Occidental, Estados Unidos y Japón son las
zonas económicas consideradas “centrales”.
En el otro extremo del sistema mundo se sitúan los
países “periféricos”. Están caracterizados por tener un sistema de producción
menos sofisticado y mecanizado que los países del “centro” y por lo tanto, su
producción, basada fundamentalmente en la exportación de materias primas y
productos agrícolas, está menos valorada en los mercados internacionales. Buena
parte de los Estados de Asia, África y América Latina estarían incluidos en
este grupo.
Para los teóricos del sistema-mundo, la relación
que se establece entre ambos grupos es fundamentalmente de explotación del
“centro” sobre la “periferia”, y basan esta explotación en lo que ellos
denominan intercambio desigual. Este concepto gira en torno a la idea de que al
tener un menor precio los productos “periféricos” en los mercados mundiales con
respecto a los producidos por el “centro”, cuando éstos son intercambiados, la
mayor parte de la plusvalía generada por los trabajadores de los Estados
periféricos termina en manos de los grandes productores de los Estados del
“centro”. Esto, unido al hecho de que los Estados periféricos están gobernados
en su mayoría por gobiernos títeres al servicio de las grandes multinacionales
de los países ricos (o del “centro”) que dan trabajo a buena parte de sus
poblaciones, hace que la relación de explotación antes mencionada se estabilice
y perpetúe.
La pregunta lógica que todos nos haríamos en este
punto sería: ¿y cómo es posible que estos pueblos explotados no reclamen sus
derechos y derriben a sus explotadores? Según Wallerstein, hay tres mecanismos
fundamentales que permiten al sistema-mundo gozar de una relativa estabilidad
política: la concentración de la fuerza militar en las áreas céntricas, la
difusión entre la población de los Estados del centro de la convicción de que
su propio bienestar depende de la supervivencia del sistema como tal y,
finalmente, la división de los explotados en un gran estrato inferior y un
estrato intermedio más pequeño. Este estrato intermedio es lo que se conoce
como semiperiferia, cuya función principal es, pues, dividir a los explotados
para que no hagan frente común contra los privilegiados del centro del sistema
mundo. Para ello se le da un papel en la división del trabajo que hace que las
economías de estos Estados estén basadas en sistemas de producción que mezclan
componentes de las otras dos zonas económicas y que les permiten desempeñar, al
mismo tiempo, un papel de explotado (por el centro) y explotador (de la
periferia). Ejemplos de Estados semiperiféricos serían Brasil o Argentina.
Dentro del esquema de intercambio comercial que se da entre centro y periferia
(bienes de capital intensivo por materias primas y productos agrícolas) los
países semiperiféricos intervienen en el mercado mundial exportando al centro
bienes procedentes de sectores deslocalizados (por ejemplo, la industria del
automóvil) y, al mismo tiempo, vendiendo a las áreas periféricas productos
semejantes a los del centro (pero con un menor nivel de capital intensivo).
Una vez divididos los Estados miembros del sistema
interestatal en zonas económicas y señaladas las interacciones económicas que
se dan entre ellos, ahora se impone la necesidad de averiguar cómo se
relacionan estos Estados a nivel político en el sistema-mundo. Estas relaciones
políticas se desarrollan en un marco de competencia permanente por aumentar el
poder propio en un juego de suma cero, en un intento por conseguir las mejores
condiciones para el desarrollo de las industrias y empresas nacionales. En este
contexto la guerra juega un papel fundamental, puesto que permite a los Estados
ascender posiciones en el sistema-mundo (pasando, por ejemplo, de país
semiperiférico a país central), para reestructurar las relaciones de poder
entre “centro” y “periferia” (mediante la creación, por ejemplo de clientelas)
y, finalmente, reestructurar las relaciones de poder entre los países del
“centro”, de tal forma que ninguno de ellos pueda dominar en solitario el
conjunto del sistema mundo.
Sin embargo, esto no siempre se ha conseguido y ha
habido épocas en las que un Estado (evidentemente de los considerados
“céntricos”) ha logrado asumir un papel de potencia hegemónica dentro del
sistema-mundo. Un Estado se convierte en hegemónico cuando adquiere una ventaja
competitiva frente a sus rivales en las tres áreas económicas principales:
producción agro-industrial, comercio y finanzas. Esta superioridad económica
permite al Estado hegemónico imponer en gran medida sus reglas y deseos en los
terrenos político, económico, militar, diplomático y, en ciertos casos,
cultural. Esto ha ocurrido en los últimos siglos tres veces y en todas ellas se
han cumplido unos patrones que permiten establecer un ciclo hegemónico:
primeramente un Estado adquiere ventaja competitiva en producción agro-industrial,
luego en comercio y finalmente en el ámbito financiero; a continuación se vive
un periodo relativamente corto de tiempo en el que la hegemonía mantiene su
posición de forma incontestable (entre 30-50 años) para después ir perdiendo su
ventaja competitiva en el mismo orden en que la consiguió, lo que hace que
paulatinamente su poder se resquebraje y termine siendo sustituido como
potencia hegemónica por otro Estado. Los tres casos históricos mencionados
anteriormente son los de las Provincias Unidas entre 1625-1672, Reino Unido
entre 1815-1873 y Estados Unidos entre 1945-1967.
TALLER
SEMANA 1 y 2
Hacer un paralelo entre centro y periferia con los
siguientes ítems
ITEM
|
PERIFERIA
|
CENTRO
|
PAÍSES
|
|
|
PODER
|
|
|
RECURSOS NATURALES
|
|
|
POLITICA
|
|
|
POBLACIÓN
|
|
|
DESARROLLO TECNOLOGICO
|
|
|
ACUMULACIÓN DE CAPITAL
|
|
|
PRODUCTOS QUE EXPORTAN
|
|
|
Diga en una sola palabra el significado de los
términos sombreados
Escribe cinco preguntas tipo ICFES RELACIONADAS CON
EL TEXTO.