Principales escuelas económicas
Síntesis con las
ideas más importantes de las principales escuelas del pensamiento económico,
desde el mercantilismo y la fisiocracia hasta nuestros días.
I. Introducción
La economía es la
ciencia social que estudia la forma en que las sociedades asignan sus recursos
escasos a la producción de los bienes y servicios que van a satisfacer sus
necesidades (siempre crecientes).
El estudio de la
economía puede dividirse en dos grandes campos.
La teoría de los
precios, o microeconomía, que explica cómo la interacción de la oferta y la
demanda en mercados con distintos niveles de competencia determinan los precios
de cada bien, el nivel de salarios, el margen de beneficios y las variaciones
de las rentas.
La microeconomía
parte del supuesto de comportamiento racional.
Los ciudadanos
gastarán su renta intentando obtener la máxima satisfacción posible o, como
dicen los analistas económicos, tratarán de maximizar su utilidad.
Por su parte, los
empresarios intentarán obtener el máximo beneficio posible por sobre sus costos
de producción.
El segundo campo,
el de la macroeconomía, comprende los problemas relativos al nivel de empleo y
al índice de ingresos o renta de un país.
El estudio de la
macroeconomía surgió con la publicación de La teoría general sobre el empleo,
el interés y el dinero (1936), del economista británico John Maynard Keynes.
Sus conclusiones
sobre las fases de expansión y depresión económica se centran en la demanda
total, o agregada, de bienes y servicios por parte de consumidores, inversores
y gobiernos.
Según Keynes, una
demanda agregada insuficiente generará desempleo; la solución estaría en
incrementar la inversión de las empresas o del gasto público, aunque para ello
sea necesario tener un déficit presupuestario.
II. Principales
escuelas de pensamiento económico a través del tiempo
Las cuestiones
económicas han preocupado a muchos intelectuales a lo largo de los siglos. En
la antigua Grecia, Aristóteles y Platón disertaron sobre los problemas
relativos a la riqueza, la propiedad y el comercio.
Durante la Edad
Media predominaron las ideas de la Iglesia, se impuso el Derecho Canónico, que
condenaba la usura (el cobro de intereses abusivos a cambio de efectivo) y
consideraba que el comercio era una actividad inferior a la agricultura.
La economía, como
ciencia moderna independiente de la filosofía y de la política, data de la
publicación de la obra Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza
de las naciones (más conocida por el título abreviado de La riqueza de las
naciones, 1776), del filósofo y economista escocés Adam Smith.
El mercantilismo y
las especulaciones de los fisiócratas precedieron a la economía clásica de
Smith y sus seguidores del siglo XIX.
A. Mercantilismo
El desarrollo de
los modernos nacionalismos a lo largo del siglo XVI desvió la atención de los
pensadores de la época hacia cómo incrementar la riqueza y el poder de los
estados nacionales.
La política
económica que imperaba en aquella época, el mercantilismo, fomentaba el
autoabastecimiento de las naciones. Esta doctrina económica imperó en
Inglaterra y en el resto de Europa occidental desde el siglo XVI hasta el siglo
XVIII.
Los mercantilistas
consideraban que la riqueza de una nación dependía de la cantidad de oro y
plata que tuviese.
Aparte de las minas
de oro y plata descubiertas por España en el continente americano, una nación
sólo podía aumentar sus reservas de estos metales preciosos vendiendo más
productos a otros países de los que compraba.
El conseguir una
balanza de pagos con saldo positivo implicaba que los demás países tenían que
pagar la diferencia con oro y plata.
Los mercantilistas
daban por sentado que su país estaría siempre en guerra con otros, o
preparándose para la próxima contienda.
Si tenían oro y
plata, los dirigentes podrían pagar a mercenarios para combatir, como hizo el
rey Jorge III de Inglaterra durante la guerra de la Independencia
estadounidense.
En caso de
necesidad, el monarca también podría comprar armas, uniformes y comida para los
soldados. Jean. B. Colbert (1619-1683), ministro de Luis XIV, institucionalizó
la exportación de productos franceses para crear oro y a cuyos efectos
desarrolló de forma muy importante la industria gala.
Esta preocupación
mercantilista por acumular metales preciosos también afectaba a la política
interna.
Era imprescindible
que los salarios fueran bajos y que la población creciese. Una población
numerosa y mal pagada produciría muchos bienes a un precio lo suficiente bajo
como para poder venderlos en el exterior.
Se obligaba a la
gente a trabajar jornadas largas, y se consideraba un despilfarro el consumo de
té, ginebra, tejidos de seda, entre otros.
De esta filosofía
también se deducía que era positivo para la economía de un país el trabajo
infantil. Un autor mercantilista tenía un plan para los niños de los pobres:
«cuando estos niños tienen cuatro años, hay que llevarlos al asilo para pobres
de la región, donde se les enseñará a leer durante dos horas al día, y se les
tendrá trabajando el resto del día en las tareas que mejor se ajusten a su
edad, fuerza y capacidad».
B. Fisiocracia
Esta doctrina
económica estuvo en boga en Francia durante la segunda mitad del siglo XVIII y
surgió como una reacción ante las políticas restrictivas del mercantilismo.
El fundador de la
escuela, François Quesnay, era médico de cabecera en la corte del rey Luis XV.
Su libro más conocido, Tableau Économique (1758), intentaba establecer los
flujos de ingresos en una economía, anticipándose a la contabilidad nacional,
creada en el siglo XX. Según los fisiócratas, toda la riqueza era generada por
la agricultura; gracias al comercio, esta riqueza pasaba de los agricultores al
resto de la sociedad. Los fisiócratas eran partidarios del libre comercio y del
laissez-faire (doctrina que defiende que los gobiernos no deben intervenir en
la economía).
También sostenían
que los ingresos del Estado tenían que provenir de un único impuesto que debía
gravar a la actividad primaria, la única fuente de riqueza para ellos. Adam
Smith conoció a los principales fisiócratas y escribió sobre sus doctrinas,
casi siempre de forma positiva.
C. Escuela Clásica
Como cuerpo teórico
coherente, la escuela clásica de pensamiento económico parte de los escritos de
Smith, continúa con la obra de los economistas británicos Thomas Robert Malthus
y David Ricardo, y culmina con la síntesis de John Stuart Mill, discípulo de
Ricardo.
Aunque fueron
frecuentes las divergencias entre los economistas desde la publicación de La
Riqueza de las Naciones (1776) de Smith hasta la de Principios de Economía
Política (1848) de Mill, los economistas pertenecientes a esta escuela
coincidían en los conceptos principales. Todos defendían la propiedad privada,
los mercados y creían, como decía Mill, que «sólo a través del principio de la
competencia tiene la economía política una pretensión de ser ciencia».
Compartían la
desconfianza de Smith hacia los gobiernos, y su fe ciega en el poder del
egoísmo y su famosa «mano invisible», que hacía posible que el bienestar social
se alcanzara mediante la búsqueda individual del interés personal.
Los clásicos
tomaron de Ricardo el concepto de rendimientos decrecientes, que afirma que a
medida que se aumenta la fuerza de trabajo y el capital que se utiliza para
labrar la tierra, disminuyen los rendimientos o, como decía Ricardo, «superada
cierta etapa, no muy avanzada, el progreso de la agricultura disminuye de una
forma paulatina».
El alcance de la
ciencia económica se amplió de manera considerable cuando Smith subrayó el
papel del consumo sobre el de la producción. Smith confiaba en que era posible
aumentar el nivel general de vida del conjunto de la comunidad.
Defendía que era
esencial permitir que los individuos intentaran alcanzar su propio bienestar
como medio para aumentar la prosperidad de toda la sociedad.
En el lado opuesto,
Malthus, en su conocido e influyente Ensayo sobre el Principio de la Población
(1798), planteaba la nota pesimista de la Escuela Clásica,
al afirmar que las
esperanzas de mayor prosperidad se escollarían contra la roca de un excesivo
crecimiento de la población. Según Malthus, los alimentos sólo aumentaban
adecuándose a una progresión aritmética (2-4-6-8-10, etc.), mientras que la
población se duplicaba cada generación (2-4-8-16-32, etc.), salvo que esta
tendencia se controlara, o por la naturaleza o por la propia prudencia de la
especie. Malthus sostenía que el control natural era «positivo»: «El poder de
la población es tan superior al poder de la tierra para permitir la
subsistencia del hombre, que la muerte prematura tiene que frenar hasta cierto
punto el crecimiento del ser humano». Este procedimiento de frenar el
crecimiento eran las guerras, las epidemias, la peste, las plagas, los vicios
humanos y las hambrunas, que se combinaban para controlar el volumen de la
población mundial y limitarlo a la oferta de alimentos.
La única forma de
escapar a este imperativo de la humanidad y de los horrores de un control
positivo de la naturaleza, era la limitación voluntaria del crecimiento de la
población, no mediante un control de natalidad, contrario a las convicciones
religiosas de Malthus, sino retrasando la edad nupcial, reduciendo así el
volumen de las familias. Las doctrinas pesimistas de este autor clásico dieron
a la economía el sobrenombre de «ciencia lúgubre».
Los Principios de
Economía Política de Mill constituyeron el centro de esta ciencia hasta finales
del siglo XIX.
Aunque Mill
aceptaba las teorías de sus predecesores clásicos, confiaba más en la
posibilidad de educar a la clase obrera para que limitase su reproducción de lo
que lo hacían Ricardo y Malthus.
Además, Mill era un
reformista que quería gravar con fuerza las herencias, e incluso permitir que
el gobierno asumiera un mayor protagonismo a la hora de proteger a los niños y
a los trabajadores.
Fue muy crítico con
las prácticas que desarrollaban las empresas y favorecía la gestión cooperativa
de las fábricas por parte de los trabajadores. Mill representó un puente entre
la economía clásica del laissez-faire y el Estado de Bienestar.
Acerca de los
mercados, los economistas clásicos aceptaban la «ley de Say», formulada por el
economista francés Jean Baptiste Say.
Esta ley sostiene
que el riesgo de un desempleo masivo en una economía competitiva es
despreciable, porque la oferta crea su propia demanda, limitada por la cantidad
de mano de obra y los recursos naturales disponibles para producir.
Cada aumento de la
producción aumenta los salarios y los demás ingresos que se necesitan para
poder comprar esa cantidad adicional producida.
D. Marxismo
(algunos autores lo ponen dentro de la Escuela Clásica)
La oposición a la
Escuela Clásica provino de los primeros autores socialistas, como el filósofo
social francés Claude Henri de Rouvroy conde de Saint-Simon, y el utópico
británico Robert Owen. Sin embargo, fue Karl Marx el autor de las teorías
económicas socialistas más importantes, manifiestas en su principal trabajo, El
Capital (3 vols., 1867-1894).
Para la perspectiva
clásica del capitalismo, el marxismo representó una seria recusación, aunque no
dejaba de ser, en algunos aspectos, una variante de la temática clásica.
Por ejemplo, Marx
adoptó la teoría del valor trabajo de Ricardo. Con algunas matizaciones,
Ricardo explicó que los precios eran la consecuencia de la cantidad de trabajo
que se necesitaba para producir un bien.
Ricardo formuló
esta teoría del valor para facilitar el análisis, de forma que se pudiera
entender la diversidad de precios.
Para Marx, la
teoría del valor trabajo representaba la clave del modo de proceder del
capitalismo, la causa de todos los abusos y de toda la explotación generada por
un sistema injusto.
Exiliado de
Alemania, Marx pasó muchos años en Londres, donde vivió gracias a la ayuda de
su amigo y colaborador Friedrich Engels, y a los ingresos derivados de sus
ocasionales contribuciones en la prensa. Desarrolló su extensa teoría en la
biblioteca del Museo Británico.
Los estudios
históricos y los análisis económicos de Marx convencieron a Engels de que los
beneficios y los demás ingresos procedentes de una explotación sin escrúpulos
de las propiedades y las rentas son el resultado del fraude y el poder que
ejercen los fuertes sobre los débiles. Sobre esta crítica se alza la crítica
económica que desemboca en la certificación histórica de la lucha de clases.
La «acumulación
primitiva» en la historia económica de Inglaterra fue posible gracias a la
delimitación y al cercamiento de las tierras.
Durante los siglos
XVII y XVIII los terratenientes utilizaron su poder en el Parlamento para
quitar a los agricultores los derechos que por tradición tenían sobre las
tierras comunales. Al privatizar estas tierras, empujaron a sus víctimas a las
ciudades y a las fábricas.
Sin tierras ni
herramientas, los hombres, las mujeres y los niños tenían que trabajar para
conseguir un salario.
Así, el principal
conflicto, según Marx, se producía entre la denominada clase capitalista, que
detentaba la propiedad de los medios de producción (fábricas y máquinas) y la
clase trabajadora o proletariado, que no tenía nada, salvo sus propias manos.
La explotación, eje
de la doctrina de Karl Marx, se mide por la capacidad de los capitalistas para
pagar sólo salarios de subsistencia a sus empleados, obteniendo de su trabajo
un beneficio (o plusvalía), que era la diferencia entre los salarios pagados y
los precios de venta de los bienes en los mercados.
Aunque en el
Manifiesto Comunista (1848) Marx y Engels pagaban un pequeño tributo a los
logros materiales del capitalismo, estaban convencidos que estos logros eran
transitorios y que las contradicciones inherentes al capitalismo y al proceso
de lucha de clases terminarían por destruirlo, al igual que en el pasado había
ocurrido con el extinto feudalismo medieval.
A este respecto,
los escritos de Marx se alejan de la tradición de la economía clásica inglesa,
siguiendo la metafísica del filósofo alemán Georg Wilhelm Friedrich Hegel, el
cual consideraba que la historia de la humanidad y de la filosofía era una
progresión dialéctica: tesis, antítesis y síntesis. Por ejemplo, una tesis
puede ser un conjunto de acuerdos económicos, como el feudalismo o el
capitalismo. Su contrapuesto, o antítesis, sería, por ejemplo, el socialismo,
como sistema contrario al capitalismo. La confrontación de la tesis y la
antítesis daría paso a una evolución, que sería la síntesis, en este caso, el
comunismo que permite combinar la tecnología capitalista con la propiedad
pública de las fábricas y las granjas.
A largo plazo, Marx
creía que el sistema capitalista desaparecería debido a que su tendencia a
acumular la riqueza en unas pocas manos provocaría crecientes crisis debidas al
exceso de oferta y a un progresivo aumento del desempleo.
Para Marx, la
contradicción entre los adelantos tecnológicos, y el consiguiente aumento de la
eficacia productiva y la reducción del poder adquisitivo que impediría adquirir
las cantidades adicionales de productos, sería la causa del hundimiento del
capitalismo.
Según Marx, las
crisis del capitalismo se reflejarían en un desplome de los beneficios, una
mayor conflictividad entre trabajadores y empresarios e importantes depresiones
económicas.
El resultado de
esta lucha de clases culminaría en la revolución y en el avance hacia, en
primer lugar, el socialismo, para al fin avanzar hacia la implantación gradual
del comunismo.
En una primera
etapa todavía sería necesario tener un Estado que eliminara la resistencia de
los capitalistas. Cada trabajador sería remunerado en función de su aportación
a la sociedad.
Cuando se
implantara el comunismo, el Estado, cuyo objetivo principal consiste en oprimir
a las clases sociales, desaparecería, y cada individuo percibiría, en ese
porvenir utópico, en razón de sus necesidades.
E. Escuela
Neoclásica
La economía clásica
partía del principio de escasez, como lo muestra la ley de rendimientos
decrecientes y la doctrina malthusiana sobre la población.
A partir de la
década de 1870, los economistas neoclásicos como William Stanley Jevons en Gran
Bretaña, Léon Walras en Suiza, y Karl Menger en Austria, imprimieron un giro a
la economía, abandonaron las limitaciones de la oferta para centrarse en la
interpretación de las preferencias de los consumidores en términos
psicológicos.
Al fijarse en el
estudio de la utilidad o satisfacción obtenida con la última unidad, o unidad
marginal, consumida, los neoclásicos explicaban la formación de los precios, no
en función de la cantidad de trabajo necesaria para producir los bienes, como
en las teorías de Ricardo y de Marx, sino en función de la intensidad de la
preferencia de los consumidores en obtener una unidad adicional de un
determinado producto.
El economista
británico Alfred Marshall, en su obra maestra, Principios de Economía (1890),
explicaba la demanda a partir del principio de utilidad marginal, y la oferta a
partir del coste marginal (coste de producir la última unidad).
En los mercados
competitivos, las preferencias de los consumidores hacia los bienes más baratos
y la de los productores hacia los más caros, se ajustarían para alcanzar un
nivel de equilibrio. Ese precio de equilibrio sería aquel que hiciera coincidir
la cantidad que los compradores quieren comprar con la que los productores
desean vender.
Este equilibrio
también se alcanzaría en los mercados de dinero y de trabajo. En los mercados
financieros, los tipos de interés equilibrarían la cantidad de dinero que
desean prestar los ahorradores y la cantidad de dinero que desean pedir
prestado los inversores.
Los prestatarios
quieren utilizar los préstamos que reciben para invertir en actividades que les
permitan obtener beneficios superiores a los tipos de interés que tienen que
pagar por los préstamos.
Por su parte, los
ahorradores cobran un precio a cambio de ceder su dinero y posponer la
percepción de la utilidad que obtendrán al gastarlo. En el mercado de trabajo
se alcanza asimismo un equilibrio.
En los mercados de
trabajo competitivos, los salarios pagados representan, por lo menos, el valor
que el empresario otorga a la producción obtenida durante las horas trabajadas,
que tiene que ser igual a la compensación que desea recibir el trabajador a
cambio del cansancio y el tedio laboral.
La doctrina neoclásica
es, de forma implícita, conservadora. Los defensores de esta doctrina prefieren
que operen los mercados competitivos a que haya una intervención pública.
Al menos hasta la
Gran Depresión de la década de 1930, se defendía que la mejor política era la
que reflejaba el pensamiento de Adam Smith: bajos impuestos, ahorro en el gasto
público y presupuestos equilibrados.
A los neoclásicos
no les preocupa la causa de la riqueza, explican que la desigual distribución
de ésta y de los ingresos se debe en gran medida a los distintos grados de
inteligencia, talento, energía y ambición de las personas.
Por lo tanto, el
éxito de cada individuo depende de sus características individuales, y no de
que se beneficien de ventajas excepcionales en el sentido que hablaba Marx.
En las sociedades
capitalistas, la economía neoclásica es la doctrina predominante a la hora de
explicar la formación de los precios y el origen de los ingresos.
De hecho la mayor
parte de la Microeconomía que se estudia hoy en las universidades (a nivel de
grado) se la debemos principalmente a ellos.
F. Economía
Keynesiana
John Maynard Keynes
fue alumno de Alfred Marshall y defensor de la economía neoclásica hasta la
década de 1930. La Gran Depresión sorprendió a economistas y políticos por
igual.
Los economistas
siguieron defendiendo, a pesar de la experiencia contraria, que el tiempo y la
naturaleza restaurarían el crecimiento económico si los gobiernos se abstenían
de intervenir en el proceso económico. Por desgracia, los antiguos remedios no
funcionaron.
En Estados Unidos,
la victoria en las elecciones presidenciales de Franklin D. Roosevelt (1932)
sobre Herbert Hoover marcó el final político de las doctrinas del
laissez-faire.
Se necesitaban nuevas
políticas y explicaciones, que fue lo que en ese momento proporcionó Keynes.
En su ya citada
Teoría general (1936), aparecía un axioma central que puede resumirse en dos
grandes afirmaciones: (1) las teorías existentes sobre el desempleo no tenían
ningún sentido; ni un nivel de precios elevado ni unos salarios altos podían
explicar la persistente depresión económica y el desempleo
generalizado; (2) por el contrario, se proponía una explicación
alternativa a estos fenómenos que giraba en torno a lo que se denominaba
demanda agregada, es decir, el gasto total de los consumidores, los inversores
y las instituciones públicas.
Cuando la demanda
agregada es insuficiente, decía Keynes, las ventas disminuyen y se pierden
puestos de trabajo; cuando la demanda agregada es alta y crece, la economía
prospera.
A partir de estas
dos afirmaciones genéricas, surgió una poderosa teoría que permitía explicar el
comportamiento económico.
Esta interpretación
constituye la base de la macroeconomía contemporánea. Puesto que la cantidad de
bienes que puede adquirir un consumidor está limitada por los ingresos que éste
percibe, los consumidores no pueden ser responsables de los altibajos del ciclo
económico.
Por lo tanto, las
fuerzas motoras de la economía son los inversores (los empresarios) y los
gobiernos. Durante una recesión, y también durante una depresión económica, hay
que fomentar la inversión privada o, en su defecto, aumentar el gasto público.
Si lo que se
produce es una ligera contracción, hay que facilitar la concesión de créditos y
reducir los tipos de interés (substrato fundamental de la política monetaria),
para estimular la inversión privada y restablecer la demanda agregada,
aumentándola de forma que se pueda alcanzar el pleno empleo.
Si la contracción
de la economía es grande, habrá que incurrir en déficit presupuestarios,
invirtiendo en obras públicas o concediendo subvenciones a fondo perdido a los
más perjudicados.
G. Economía
Analítica
Tanto la teoría
neoclásica de los precios como la teoría keynesiana de los ingresos han sido
desarrolladas de forma analítica por matemáticos, utilizando técnicas de
cálculo, álgebra lineal y otras sofisticadas técnicas de análisis cuantitativo.
En la especialidad
denominada econometría se une la ciencia económica con la matemática y la
estadística. Los económetras crean modelos que vinculan cientos, a veces miles
de ecuaciones, para intentar explicar el comportamiento agregado de una
economía.
Los modelos
econométricos son utilizados por empresas y gobiernos como herramientas de
predicción, aunque su grado de precisión no es ni mayor ni menor que cualquier
otra técnica de previsión del futuro.
El análisis
operativo y el análisis input-output son dos especialidades en las que cooperan
los expertos en análisis económico y los matemáticos.
El análisis
operativo subraya la necesidad de plantear los problemas de una manera
sistemática.
Por lo general, se
trata de coordinar los distintos departamentos y las diferentes operaciones que
tienen lugar en el seno de una corporación que dirige varias fábricas,
produciendo muchos bienes, por lo que hay que utilizar las instalaciones de
forma que se puedan minimizar los costes y maximizar la eficiencia.
Para ello se acude
a ingenieros, economistas, psicólogos, estadísticos y matemáticos.
Según su propio
creador, el economista estadounidense de origen ruso Wassily Leontief, las
tablas input-output «describen el flujo de bienes y servicios entre todos los
sectores industriales de una economía durante determinado periodo». Aunque la
construcción de esta tabla es muy compleja, este método ha revolucionado el
pensamiento económico. Hoy está muy extendido como método de análisis, tanto en
los países socialistas como en los capitalistas.
H. El debate
macroeconómico actual: Nuevos Clásicos versus Nuevos Keynesianos
Ya en las últimas
décadas se han asentado dos tradiciones intelectuales en macroeconomía.
Una cree que los
mercados funcionan mejor si no se interviene en ellos -los monetaristas, los
nuevos clásicos-; la otra cree que la intervención del gobierno puede mejorar
notablemente el funcionamiento de la economía -keynesianos, nuevos
keynesianos-.
El aporte de ambas
tradiciones está dado por los refinamientos que vienen haciendo a las bases de
la teoría económica -desarrolladas principalmente por las escuelas clásica,
neoclásica y keynesiana-, bases que han dado forma al núcleo teórico hoy
vigente y a partir del cual los gobiernos fundamentan sus políticas económicas.
De esta forma, en
los años sesenta el debate entre estas dos tradiciones involucraba por un lado
a los monetaristas, encabezados por Milton Friedman, y del otro a los
seguidores de Keynes, entre ellos Franco Modigliani y James Tobin.
Ya en los años
setenta, el debate sobre los mismos temas convirtió a los nuevos
macroeconomistas clásicos en protagonistas.
Esta escuela, que
ha mantenido su influencia en los ochenta y noventa, cuenta entre sus líderes a
Robert Lucas,
Thomas Sargent,
Robert Barro, Edward Prescott y Neil Wallace, que comparten con Friedman muchos
puntos de vista sobre política económica. Conciben el mundo como un lugar donde
los individuos actúan racionalmente buscando su propio interés en mercados que
se ajustan rápidamente a condiciones cambiantes.
Para ellos, la
intervención del gobierno sólo consigue empeorar las cosas.
Pero si bien los
nuevos clásicos siguen teniendo una gran influencia en la macroeconomía actual,
en los ochenta surgió una nueva generación de académicos, los nuevos
keynesianos, formados en la tradición keynesiana, aunque han ido más allá de la
misma. Se destacan en esta corriente George Akerlof, Janet Yellen, Oliver
Blanchard, Greg Mankiw, Larry Summers y Ben Bernanke -este último hoy
mencionado como posible sucesor de Greenspan en el FED-.
Ellos no creen que
los mercados se vacíen siempre, sino que intentan comprender y explicar
exactamente por qué puede ser que esto no ocurra.
Bibliografía
- Macroeconomía
de Dornbusch y Fischer
- Economía
de Editorial Aique
- Economía
de Editorial Santillana.
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