Historia de las
Cruzadas
En general, en nuestra
sociedad contemporánea, asignamos el vocablo "Cruzadas" a la serie de
campañas, comúnmente militares, que a partir del siglo XI se emprendieron desde
Occidente contra los musulmanes para la recuperación de Tierra Santa. Estas
campañas se extendieron hasta el siglo XIII.
Un acercamiento previo:
los conflictos históricos entre el Islam y el Cristianismo
En los siguientes
apartados abordaremos el ambiente histórico del siglo XI y los sucesos
concretos que abocaron a estas expediciones militares. No obstante, hay que
hacer una introducción previa sobre el secular choque de civilizaciones en que
se inspira. Si fue reprobable el ataque de los cruzados a Jerusalén en 1099 y
sus consecuencias, no debemos obviar la larga lista de conflictos entre ambas
religiones, sin perder de vista los reiterados intentos del Islam de atacar y
conquistar la Europa cristiana.
Desde el siglo VII las
peregrinaciones a Tierra Santa se vieron dificultadas para los europeos de
manera intermitente y variable en función de la tolerancia o intolerancia de
los califas musulmanes de cada época.
En el año 711, un ejército
de árabes y bereberes penetró en la Península Ibérica, destruyó el Reino
Hispano-Visigodo alcanzado al Reino Franco, aunque aquí fueron detenidos en la
batalla de Poitiers.
Desde el año 827 la isla
de Sicilia, perteneciente al cristiano imperio bizantino fue atacado por tropas
musulmanes hasta su plena conquista en 902.
En 1009 el califa al-Hakim
impulsó una persecución contra los cristianos de Tierra Santa, destruyendo
todas las iglesias de Jerusalén, incluyendo la del Santo Sepulcro.
Poco más de medio siglo
después, los selyúcidas arrancaron Asia Menor (Anatolia) del poder de
Constantinopla y toman Jerusalén en 1076, matando a numerosos peregrinos
cristianos.
El origen de las Cruzadas
Como ya hemos indicado con
anterioridad, la primera Cruzada fue predicada por el Papa Urbano II en el
Concilio de Clermont (1095), tras la conquista de Jerusalén por los turcos
selyúcidas (1076) y las peticiones de ayuda del emperador bizantino Alejo I Comneno.
Aparte de la recuperación
de los Santos Lugares, con su clara connotación religiosa, los Papas vieron las
Cruzadas como un instrumento de ensamblaje espiritual que superase las
tensiones entre Roma y Constantinopla,
También como un medio de
desviar la guerra endémica entre la nobleza cristiana hacia una causa justa que
pudiera ser común a todos ellos.
El éxito de esta
iniciativa y su conversión en un fenómeno histórico que se extenderá durante
dos siglos, se deberá tanto a aspectos de la vida económica y social de los
siglos XI al XIII, como a cuestiones políticas y religiosas, en las que
intervendrán una gran variedad de agentes: como la difícil situación de las
masas populares de Europa occidental; el ambiente religioso, que hacía de la
peregrinación a Jerusalén uno de los anhelos preferidos por los fieles; o los intereses
comerciales de las ciudades del norte de Italia que participaban en estas
expediciones y que encontraron en las cruzadas su oportunidad de intensificar
sus relaciones comerciales con el mediterráneo oriental, convirtiéndose en las
grandes beneficiarias del proceso. Los comerciantes italianos reabrieron el
Mediterráneo oriental al comercio occidental, monopolizaron el tráfico y se
convirtieron en intermediarios y distribuidores en Europa de las especies y
otros productos traídos de China e India.
También tuvo su papel la
necesidad de expansión de la sociedad feudal, en la que el marco de la
organización señorial se vio desbordado por el crecimiento, obligando a emigrar
a muchos segundones de la pequeña nobleza en busca de nuevas posibilidades de lucro.
De esta procedencia eran la mayoría de los caballeros franconormandos que
formaron la mayor parte de los contingentes de la primera cruzada.
Espiritualmente dos
corrientes coinciden en las Cruzadas. Por un lado, la idea de un itinerario
espiritual que enlaza la cruzada con la vieja costumbre penitencial de la
peregrinación. Así se intenta alcanzar la Jerusalén celestial por vía de la
Jerusalén terrestre. Ambas a ojos del cristiano del siglo XI resultaban
prácticamente inseparables. Y más que para los caballeros para las masas
populares imbuidas de unas ideas que chocaron repetidamente con el orden social
establecido. Son las llamadas cruzadas populares, como la de Pedro el Ermitaño,
que precedió a la expedición de los caballeros, la de los Niños (1212) y la los
Pastoreaux (1250).
Por otro lado, estuvo la
idea de contraponer un esfuerzo militar cristiano contra el movimiento de
guerra santa o yihad de los musulmanes, en la que Jerusalén no constituye el
único objetivo.
Las ocho Cruzadas
La historiografía
tradicional contabiliza ocho cruzadas, aunque en realidad el número de
expediciones fue mayor. Las tres primeras se centraron en Palestina, para luego
volver la vista al Norte de África o servir a otros intereses, como la IV
Cruzada.
La I cruzada (1095-1099) dirigida por Godofredo de Bouillon,
Raimundo IV de Tolosa y Bohemundo I de Tarento culminó con la conquista de
Jerusalén (1099), tras la toma de Nicea (1097) y Antioquia (1098), y la
formación de los estados latinos en Tierra Santa: el reino de Jerusalén (1099),
el principado de Antioquia (1098)y los condados de Edesa (1098) y Trípoli
(1199).
La II Cruzada
(1147-1149) predicada por San
Bernardo de Clairvaux tras la toma de Edesa por los turcos, y dirigida por Luis
VII de Francia y el emperador Conrado III, terminó con el fracasado asalto a
Damasco (1148).
La III Cruzada
(1189-1192) fue una consecuencia
directa de la toma de Jerusalén (1187) por Saladino. Dirigida por Ricardo
Corazón de Léon, Felipe II Augusto de Francia y Federico III de Alemania, no
alcanzó sus objetivos, aunque Ricardo tomaría Chipre (1191) para cederla luego
al Rey de Jerusalén, y junto a Felipe Augusto, Acre (1191)
La IV Cruzada (1202-1204), inspirada por Inocencio III ya contra Egipto, terminó
desviándose hacia el Imperio Bizantino por la intervención de los venecianos,
que la utilizaron en su propio beneficio
Tras la toma y saqueo de
Constantinopla (1204) se constituyó sobre el viejo Bizancio el Imperio Latino
de Occidente, organizado feudalmente y con una autoridad muy débil. Desapareció
en 1291 ante la reacción bizantina que constituyeron el llamado Imperio de
Nicea, al tiempo que Génova sustituía a Venecia en el control del comercio
bizantino.
La V (1217-1221) y
la VII (1248-1254) Cruzadas,
dirigidas por Andrés II de Hungría y Juan de Brienne, y Luis IX de Francia,
respectivamente, tuvieron como objetivo el sultanato de Egipto y ambas
terminaron en rotundos fracasos.
La VIII cruzada (1271) también fue iniciativa de Luis IX. Dirigida
contra Túnez concluyó con la muerte de San Luis ante la ciudad sitiada.
La VI Cruzada
(1228-1229) fue la más extraña
de todas, dirigida por un soberano excomulgado, Federico II de Alemania,
alcanzó unos objetivos sorprendentes para la época: el condominio confesional
de Jerusalén, Belén y Nazareth (1299), status que sin embargo duraría pocos
años.
Consecuencias
Las Cruzadas influyeron en
múltiples aspectos de la vida medieval, aunque, en general, no cumplieron los
objetivos esperados. Casi todas las expediciones militares sufrieron
importantes derrotas. Jerusalén se perdería en 1187 y lo que quedó de las
posiciones cristianas tras la III Cruzada hasta su definitiva pérdida en el
siglo XIII (San Juan de Acre -1291) se limitaba a una estrecha franja litoral
cuya pérdida era cuestión de tiempo. Además, los señores de Occidente llevaron
sus diferencias tanto a las propias Cruzadas (Luis VII de Francia y Conrado III
en la II Cruzada; Ricardo Corazón de León y Felipe II Augusto en la III) como a
los estados cristianos fundados en Tierra Santa, dónde los intereses de los
diferentes grupos dieron lugar a numerosos conflictos.
En el intento de
reensamblar las cristiandades latinas y griega separada en el Cisma de Oriente
(1054), no sólo falló la Cruzada, sino que acentuó las diferencias entre ellas,
convirtiéndose en causa última de la ruptura definitiva entre Roma y
Constantinopla. Cierto es que Bizancio pidió ayuda a Occidente, pero al modo
tradicional: pequeños grupos de soldados que le ayudasen a recobrar las
provincias perdidas, no con grandes ejércitos poco dispuestos a someterse a la
disciplina de los mandos bizantinos, o que se convirtieran en poderes
independientes en las tierras que ocupasen o en la propia Constantinopla, como
ocurrió en la IV Cruzada.