Las
terribles y devastadoras epidemias del medievo que mataron a los monarcas de la
Península
La
tuberculosis, la lepra o la peste negra fueron algunas de las enfermedades que
acabaron con más de una cuarta parte de la población durante la Europa
medieval. Una de las grandes catástrofes humanitarias de la que no se salvaron
ni los miembros de sangre real.
Irene Mira
La inmundicia era una realidad en la
Edad Media. La llegada del cristianismo sepultó las tradiciones griegas
y romanas sobre el cuidado del cuerpo y generó muchos mitos alrededor de la higiene.
Por ejemplo, el baño era considerado como una actividad indeseable por Dios.
Esto, junto con la paralización de los sistemas de drenaje construidos siglos
atrás creó un entorno perfecto para la propagación de enfermedades
infecciosas. Un problema que se fue agravando con el resurgir de las
ciudades y el desarrollo del comercio.
Escudo de Plagas: la muerte coronada
como vencedora. 1607-37, Augsburgo, Alemania
Europa fue testigo de las terribles
epidemias que asolaron a su población durante el medievo. Cualquiera podía ser
víctima de una enfermedad de la que se ignoraba por completo su origen y
mecanismo. Estas hicieron de la muerte una realidad muy presente de la
que no se libró ni el más rico.
La tuberculosis, la lepra o la peste
negra también acabaron matando a reyes y a reinas que, supuestamente, tenían
«poderes divinos» que les volvían inmunes. Ni las mejores condiciones
materiales, sanitarias y nutritivas de las que gozaban les ayudaron a esquivar
las infecciones que recorrían el continente. Incluso un simple
catarro se llevó a más de un miembro de la realeza al otro mundo.
El
mal de reyes
En una época bañada por el
cristianismo, tanto la enfermedad como el ejercicio de la medicina estuvieron
muy ligados a supersticiones. Se practicaron rituales para prevenir o combatir
determinadas enfermedades. El «toque real» era una de las
formas en la que los gobernantes aplicaban sus supuestos poderes
divinos para curar al infectado.
Fue en Francia e
Inglaterra donde existió la costumbre de acudir al soberano para
recobrar la salud a través de su contacto. En aquella época era muy común el
contagio de una enfermedad llamada escrófula o «mal de reyes», que
era una forma de tuberculosis en los ganglios linfáticos por la inhalación de
una bacteria. Esta dolencia fue la que «trataban» los monarcas; una práctica
que se prolongó hasta el siglo XVII.
Resulta curioso que esos mismos
monarcas con poderes también fuesen víctimas de la tuberculosis. Los reinos de
la Península Ibérica no quedaron exentos. Sancho IV de Castilla padeció
dicha enfermedad y en 1295 falleció con 37 años.
Un siglo más tarde, Enrique
III también sufriría la desgraciada infección. Aunque sus crónicas no
mencionen de manera explícita la tuberculosis (al contrario que las de Sancho
IV), su estado de debilidad física permite pensar que fue esa enfermedad la que
le apartó del trono a los 27 años.
La
Peste Negra
Como cabía esperar, no faltan ejemplos
de personajes reales que desaparecieron a consecuencia de la que fue, sin duda,
la enfermedad más temida del medievo: la Peste Negra. Esta
epidemia, que azotó el continente europeo desde 1348, originó una de las grandes catástrofes de la
historia de la humanidad. El mismo Alfonso XI de Castilla fue
consciente de ello, tal y como demuestran las crónicas: «Esta fue la primera et
gran pestilencia que es llamada mortandad grande». No se había conocido nada
semejante y «los vivos apenas eran suficientes para enterrar muertos».
Según el medievalista Saturnino
Ruiz Loizada, la Peste Negra llegó a la Península Ibérica en la primera
mitad del siglo 1348, con diversas puertas de entrada (entre ellas, la zona
oriental de los Pirineros, los puertos del Levante y el Estrecho de Gibraltar).
Atacó a pueblos y ciudades de toda España, como se puede comprobar en «La Peste en los reinos
peninsulares» (Libros Pórtico, 2009).
Por su parte, Margarita Cabrera
Sánchez, de la Universidad de Córdoba, expone las crónicas que
demuestran qué monarcas españoles del medievo fallecieron de Peste Negra.
El primero de ellos fue el aragonés Alfonso III, también
apodado «el Liberal». Se fue unos años antes de la gran epidemia europea, en
1291, cuando tenía 37 años. Al rey le sorprendió la muerte en medio de los
preparativos de su boda con Leonor de Inglaterra.
Alfonso XI de Castilla murió a los 30
años en 1350. En sus crónicas se demuestra la preocupación del monarca en cuanto
a la epidemia de peste en la Península Ibérica: « Esta fue la primera et gran
pestilencia que es llamada mortandad grande»
El cronista R. Muntanter hizo
alusión a la muerte de Alfonso III y señaló que «le nació una protuberancia en
el muslo acompañada de altas fiebres». La referencia a esta hinchazón que
apareció en el cuerpo del rey permite imaginar que murió de Peste Negra. Muchos
años después, en otoño de 1348, la segunda esposa de Pedro IV el
Ceremonioso, Leonor de Portugal, también pereció a consecuencia de
la epidemia. Y, al poco, en el reino castellano, corrió la misma suerte el
monarca Alfonso XI, a los 38 años.
Ni el mismísimo Felipe «el
Hermoso» logró escapar de ella. La peste también colaboró en la locura
que supuestamente acompañaría a Juana I hasta el final de sus días. Aunque se
sospechaba que había sido envenenado por su suegro, Fernando el Católico, varios historiadores e investigadores modernos
apuntaron que la causa podría ser la peste. Y eso que, en 1506, la epidemia
había disminuido con respecto a las décadas anteriores; pero, al parecer,
reapareció en Burgos unos meses antes y dispuesta a arrasar Castilla de nuevo.
LEER EL TEXTO Y EXPLICAR LAS DIFERENTES ENFERMEDADES DE LA EDAD MEDIA Y LOS PERSONAJES QUE LA PADECIERON
REALIZAR UN PARALELO ENTRE EL COVID 19 Y LA PESTE NEGRA
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